viernes, 19 de abril de 2024

Quién fuera Beethoven

Al genio musical su sordera le permitió abstraerse del bullicio exterior y entregarse a la música de su imaginación...

José Armando Fernández Salazar en Exclusivo 25/06/2015
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Caramba, mi vecino ha actualizado su lista musical. No me lo ha dicho, lo sé porque “solidariamente” la comparte conmigo, aunque yo lucho como un ajedrecista en una final de una Copa Mundial para tratar de concentrarme y escribir un comentario que me solicitaron esta semana para el periódico.

Solo se me ocurre que ojalá pudiera ser como Beethoven. Y no lo digo por la fama y la posibilidad de aparecer en los libros de historia. Quisiera ser como el genio musical porque su sordera le permitió abstraerse del bullicio de su exterior y entregarse a la música de su imaginación… ¡y qué música! Si pudiera ser como él, yo podría, ahora mismo, por ejemplo, llenar sin tanto esfuerzo de concentración esta cuartilla.

Claro, que Beethoven tenía a su favor el hecho de vivir en una época en la que todavía no se había inventado el reguetón, aunque la bulla ha existido desde que el ser humano es ser humano. Usted, amigo lector, se imagina al compositor cruzando el pasillo de su edificio para golpear en la puerta de una vecina y pedirle por favor que baje el volumen del clavicordio mientras limpia, porque de esa forma no podrá terminar nunca su Claro de Luna.

Afortunadamente pudo sumergirse en su mundo, y no importaron el pregón, las carretas transitando sobre los adoquines o el bullicio de los mercados; Beethoven pudo hacer su Novena Sinfonía. Pero ¿habrá que ser sordo hoy en día para poder concentrarse y trabajar en la casa?

Al parecer se acabó la lista de reproducción de mi vecina… Ah no, solo fue un cambio de canción. Yo todavía no logro distinguir la diferencia entre un tema de reguetón y otro, me declaro un inculto en el tema.

A Cuba la llaman la isla musical, pero, amigo lector, no hay que exagerar. En el barrio, música desde las 6:00 de la mañana; en la guagua, música; en la esquina del trabajo, el bicitaxista con la música. Ahora hasta los muertos son enterrados con música, cuando antes lo que se pedía era un minuto de silencio. Creo que lanzaría con éxito mi carrera artística si me dedicara a dar conciertos callados, en los cuales la gente fuera al cine a verme sentado en una silla sin producir sonido alguno durante media hora.

Añoro el arrullo del viento, el trinar de los pajaritos, la tranquilidad de la lluvia cuando cae, incluso, el sonido de las olas besando la arena; en su lugar, siempre es el golpeteo ensordecedor y estresante del bajo y un “cantante” diciendo que es el más duro porque tiene más mujeres o es el que más se faja. Quizás por eso la gente dice que no entiende a los poetas de hoy en día, pero debe ser difícil buscar inspiración para escribir sobre asuntos sublimes acosado por una “radio base” de barrio reguetonera, el claxon de un chofer impaciente y una conversación a gritos, como si estuviéramos en el ágora griega.

No sé en qué momento los cubanos, tan solidarios y hospitalarios que somos, perdimos nuestro don para vivir en buenos términos con nuestros vecinos.

Ahora las víctimas de la indolencia vecinal quieren refugiarse en la ley, y en no pocas ocasiones las autoridades se ven en apuros para aplicarlas, porque, ¿es necesario un aparato legal para regular la consideración y el respeto al de al lado?

Imagínese que los inspectores, con tanto trabajo que tienen en cosas más importantes como la especulación y el desvío de recursos, también tengan que andar por las calles imponiendo multas al padre que deja que su niño tire piedras para el patio ajeno, el joven que la emprende a patadas con un cesto de basura o el dueño de un perrito que es indiferente cuando su mascota va a hacer sus necesidades frente a la casa de un vecino o le gusta ladrar y morder a los peatones y bicicleteros.

Quizás por eso la ciudad ha asumido la estética del NO, y el paisaje urbano está dominado por casas llenas de elementos decorativos amalgamados sin ton ni son y carteles que dicen NO SE SIENTE, NO LLAME, NO FÍO, NO MOLESTE, NO PRESTO VASOS. Es la exaltación de la negatividad, pero también la evidencia de una necesidad defensiva de aquellos que no encuentran un amparo ante el incumplimiento de las más elementales normas de conducta social.

Estoy seguro de que mi editor dirá que tengo que plantear una solución para el asunto de este comentario, pero ahora mismo no se me ocurre ninguna, con tanta bulla creo que no voy a poder terminarlo a tiempo para esta semana. Si yo fuera Beethoven… bueno, quizás si fuera Beethoven, en estos tiempos en vez de sinfonías compondría óperas trágicas o, peor aún, reguetones.


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José Armando Fernández Salazar

Para mí no hay nada mejor que estar con los que quiero, riendo y escuchando a los Beatles


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