lunes, 29 de abril de 2024

¿Qué publicar? ¿Qué comprar? ¿Qué leer?

El proceso de producción, distribución, comercialización y consumo editorial hoy atraviesa varias interrogantes...

Mayra García Cardentey en Exclusivo 22/02/2016
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La Feria Internacional del Libro de La Habana trajo este año interesantes novedades: nuevas formas de comercialización, —esta vez recae casi totalmente la capacidad de promoción y venta en la propia gestión de las casas editoras—; un interés marcado por el desarrollo de la lectura así como una infraestructura de comunicación implementada para la ocasión; y una visión focalizada en la optimización del proceso editorial en su conjunto.

Pero, quizás un punto de sugerente mirada resultó la interesante polémica entre el reconocido escritor Ricardo Riverón Rojas y la presidenta del Instituto Cubano del Libro (ICL), Zuleica Romay, que sirvió no solo de preámbulo para la más importante cita con las letras en el país, sino que ventiló inquietudes, y brindó diversas posturas sobre temores y certezas que rondan hoy el sistema editorial en el país.

La discordia que generó el debate resultó del Premio del Lector 2015, iniciativa creada por el ICL para reconocer los libros más vendidos/leídos en el año analizado; no sin antes que estas mismas estadísticas fueran alimentadas con una visión de la calidad literaria de cada obra en cuestión, para lo cual se estipuló un jurado de prestigiosos escritores.

Riverón Rojas discrepó, desde polémico estilo, de la valía de uno de los volúmenes, Cocinando con amor de Jaime López García, —un compendio de recetas publicado por ediciones Ácana—, y del énfasis mediático en este texto que resultó de cierto trabajo periodístico.

Desde las cuestiones defendidas por el autor villaclareño y la respuesta a la sazón brindada por Romay, máxima autoridad institucional de la manifestación en Cuba, surgen interesantes análisis y debates que no terminan en este intercambio intelectual, y mucho menos tienen finitud en una Feria del Libro.

Es entonces cuando aparece, otra vez, la siempre controversial mirada dicotómica entre “cultura” y “entretenimiento”, entre “literatura” y “libros utilitarios”, entre “arte” y “manuales tutoriales”.  

INDUSTRIA EDITORIAL EN CUBA. ¡SÍ!

Quizás muchos se alarmen con una afirmación tan rotunda, con ese miedo siempre vigente a mirar la industria solo desde un prisma neoliberal. Pero sí, es necesario hablar de mercado, no desde la óptica capitalista-keynesanista, como recalca Zuleica Romay, sino “desde un palpitar al ritmo del corazón de la gente común y a partir de una osamenta socialista”.

En medio de la actualización del modelo económico cubano, los procesos culturales se ven urgidos de repensar sus dinámicas, perfeccionar sus mecanismos de producción-comercialización y, claro está, todo sin perder la visión humanista de los proyectos socioculturales de la nación.

La estudiosa Jaqueline Laguardia Martínez muestra algunas luces: “Reconocer que en Cuba existe un mercado del libro significa trabajar para que el mismo funcione y sea útil, también, a los propósitos de la política cultural. Sin embargo, tal declaración tropieza con las acusaciones demoníacas que se lanzan contra el mercado, arengas que recuerdan el desprecio otrora manifestado por la antigua aristocracia feudal que consideraba al comercio actividad «indigna», «innoble», «vulgar»”.

Pero, costó tiempo entenderlo, todavía cuesta: no se puede hacer cultura sin dinero, y subvencionar determinadas ramas del arte, permitir mayor accesibilidad a los productos y servicios relacionados con este, no significa tampoco que lo regales todo.

“Ese es el reto de la industria editorial en Cuba: diversificar una oferta, todavía etnocéntrica por necesidad y falta de oficio, hasta acercarla a los plurales gustos de una sociedad mucho más conectada con el resto del mundo. Fomentar un mercado con brújula humanista y precios solidarios, donde el que compra también tenga voz y pueda influir con su comportamiento en las decisiones de los productores”, como explica en su réplica la directiva. Ante este escenario las preguntas no faltan:

¿QUÉ PUBLICAR?

Las buenas obras: las que defiendan desde estilos y formas diversas, las más encumbradas piezas literarias y las que proporcionen, también y por qué no, utilidad y provecho cotidiano. Sin llegar a populismos, pero tampoco propiciando la endogamia literaria.

Aunque, algunos analistas del tema enuncian factores que atentan contra un buen sistema editorial: la desconexión entre producción y comercialización, las significativas cantidades de libros que yacen en los almacenes, la publicación de textos que no se venden, y la insuficiente sistematicidad en mecanismos eficientes para impulsar mayores recaudos, rotar títulos envejecidos, fomentar compras institucionales o escuchar las opiniones de los lectores sobre sus preferencias de temáticas y autores. En esa misma cuerda, otras dudas:

¿QUÉ COMPRAR?

Ya resulta esta una respuesta más complicada: desgraciadamente la promoción cultural en Cuba peca de divulgación muralista y superficial, y no siempre lo más mediático es lo más preciado literariamente. Y en ello influye cierta enajenación del productor respecto al resultado de su trabajo.

Que el principal espacio de venta de libros sean las citas internacionales de febrero, más que un elogio comercial, se traduce también en una ineficiencia sistémica, cuando existen cerca de 300 librerías en el país que funcionan aproximadamente 250 días en el año.

A esto se suman las obras que se tullen, empolvadas, en estantes desiertos, y libreros que no leen lo que venden. Triste. Un librero que no sepa el contenido de lo que promueve, es como el salvavidas que no conozca de primeros auxilios, un chofer que no identifica las señales del tránsito. Un librero que no lea es inútil, obsoleto. Y los hay.

Incluso hay editores que piensan que su labor terminó cuando el texto entró a la imprenta y no sienten protagónico en la promoción de autores y obras. A veces, ni escritores ni editores ni directivos se retroalimentan oportunamente de la recepción de los títulos publicados. ¡Qué importa!, quizás pensaban algunos, o tal vez todavía piensan, “persuadidos, desde nuestra letrada autosuficiencia, de que nadie más que nosotros sabe –y puede decidir– lo que la gente debe leer”, enfatiza la propia Romay. Y ahí entra la más compleja de las interrogantes.

¿QUÉ LEER?

Qué lee el público cubano y qué no, qué prioriza en sus libreros y estantes personales; cuánto de ese consumo editorial proviene directamente de la promoción institucional y/o cultural, y cuánto depende de procesos más complejos arropados por la educación e instrucción recibida durante años en las instituciones escolares. Serán estas a menudo cuestiones de interesante debate.

Porque a veces en ese afán de establecer qué es literatura y qué no, en ese espíritu supremo de proporcionar la mejor lectura posible, se olvida con frecuencia pesquisar, de vez en vez, qué desea leer la población.

Ahora, ¿está preparado el público lector promedio para discernir cuál puede ser la obra más provechosa? Algunos piensan que no, cuando indagaciones preliminares arrojan que entre la población joven tiene más aceptación Cincuenta Sombras de Grey o la última entrega de Dan Brown que un clásico de Lezama Lima o Carpentier; cuando en la actual edición de la Feria del Libro las mayores aglomeraciones son para comprar afiches y pegatinas de los clubs de fútbol y los principales ídolos musicales y no para adquirir los más recientes títulos de las casas editoras.

Hay que volver a los que saben; Jaqueline Laguardia, investigadora de estos temas aporta ideas: “El propósito de formación de hábitos de lectura, difusión de contenidos y construcción de preferencias, valores, imaginarios, necesita de textos que, sin ser altamente demandados, han de tornarse —a partir de la aplicación de políticas y acciones— en objetos de interés, de deseo”.

En ese sentido, los estudios de consumo cultural y de hábitos de lectura en Cuba confirman la existencia de públicos diversos con peculiaridades geográficas. Y se pudieran establecer algunas tendencias, según las encuestas realizadas por centros como el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello: los cubanos y cubanas prefieren la novela antes que el cuento y la poesía; y entre las temáticas destacan los policiacos, la literatura romántica, las aventuras y los títulos históricos por ese orden.

Pero, más allá de provechosas disquisiciones sobre best seller y buena literatura, —que no necesariamente ser un libro con amplias ventas anula que resulte un título con un aporte social y hasta literario; en su tiempo Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera, fueron textos altamente demandados y nadie duda de la calidad escrituraria de García Márquez—, las máximas preguntas que deben centrar cualquier pensamiento del, sobre y para el lector potencial pudieran girar en torno a: ¿Qué compran? ¿Por qué lo compran? ¿Para qué lo compran?


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Mayra García Cardentey

Graduada de Periodismo. Profesora de la Universidad de Pinar del Río. Periodista del semanario Guerrillero. Amante de las nuevas tecnologías y del periodismo digital.


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