sábado, 20 de abril de 2024

Lucía, una fecha y los temores de su tía

El Día de los Niños en Cuba es una jornada para celebrar lo que ellos, a diferencia de otros infantes en el mundo, disfrutan sin recelo…

Ana María Domínguez Cruz en Exclusivo 20/07/2014
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Lucía tiene apenas un mes y 16 días de nacida. Aún no distingue objetos ni colores ni rostros, y quizás solo se espabile al escuchar una voz conocida o al ser cargada por su papá o por su mamá, a quienes seguramente reconoce por su olor. Anda siempre vestidita con medias, gorros y monos enterizos porque su mamá teme que pase frío. Hasta hace muy poco estuvo con medias en sus manos, porque a su papá le daba miedo cortarle sus uñitas, y que con ellas pudiera lastimarse.

Con apenas un mes y 16 días de nacida, Lucía ansía tomar mucha leche y ser mimada, cuidada, atendida, querida. Sus padres van aprendiendo a hacerlo y cada día ella los premia con algo nuevo, con una sorpresa, un cambio…

No han pasado todavía dos meses desde que Lucía nació y ya me preocupo por ella. Lamento no poder cargarla, cantarle una canción, cambiarle un pañal, prepararle el biberón, bañarla y disfrutarla a cada instante. No es posible, y trato de entenderlo cada mañana cuando me levanto con el deseo frustrado de tener cerca a mi sobrina, pero desde hace mucho tiempo existen las lejanías, las fronteras, las leyes, los trámites migratorios, y se me va de las manos el poder arreglar todo eso…

Desde hace dos meses y 16 días no tengo sosiego porque no dejo de pensar en la vida que tendrá Lucía mañana en un país que no es Cuba. Y justo hoy, que celebramos aquí el Día de los Niños, como cada tercer domingo de julio, tal como lo acordaron Fidel y unos pequeños con los que conversó años atrás, pienso y repienso con incertidumbre.

Los padres de Lucía decidieron mudarse de casa y de barrio en busca de mejoras económicas, como le sucede a muchos, y no dudo que las tengan, como resultado de su esfuerzo cotidiano en un país en el que no dejarán nunca de ser inmigrantes. Lucía podrá disfrutar de ellas, y espero que con el tiempo también aprenda a esforzarse para no perderlas.

Pero al cabo de un mes y 16 días, no dejo de pensar en el desasosiego que también tendrán los padres de Lucía cuando ya el cuidado de ella no dependa de unas medias y unos gorros, una diminuta tijerita que le corte las uñas, unos brazos que la abracen y una cuna que le limite su espacio.

¿Qué pasará cuando quieran llevarla a retozar a un parque en las tardes, como hacen los padres de mis vecinitos? Cuando cumpla cinco años, y sea el momento de aprender a leer y escribir, ¿serán suficientes los ahorros de sus padres para que ingrese a una buena escuela? Si algún catarrito la aqueja, o si tiene fiebre, o si un malestar de estómago le interrumpe el sueño, ¿encontrarán a un doctor que no les pregunte en el primer minuto antes de examinarla a  cuánto asciende su seguro médico?

¿Tendrán calma los padres de Lucía cuando se publique en la prensa que otra vez un adolescente tomó una pistola, y “jugó” un juego demasiado serio? Cuando ya no sea un mes y 16 días, sino 16 ó 17 años de vida los de Lucía, ¿podrán conciliar el sueño tranquilamente sin temer que sustancias psicoactivas la rodeen?

Sin dudas, se esmerarán por educarla en principios y valores que ellos tuvieron aquí, en el seno de familias que les enseñaron el disfrute de sus derechos en una tierra en la que son protagonistas del presente y del futuro, donde aprendieron que no vales por lo que tengas sino por lo que sabes y por lo que eres. Pero Lucía nació y vivirá en otra sociedad que pondera el consumismo y en la que no siempre el de al lado te tiende la mano, en la que ir al teatro o a un museo no figurará en los primeros lugares de la lista recreativa y en la que además, se confunden los afectos con las posesiones.

Caminar en la noche por las calles de su barrio y andar sola no será una opción. Y a pesar de que no padecerá como los niños palestinos que hoy hacen llorar a mi televisor, le sonará raro jugar en los bajos de su edificio con otros niños, o no andar siempre de la mano tomada…

Claro que Lucía tendrá cosas buenas en su vida, y sus padres velarán porque así sea, pero tratarán de regalarle una Cuba desde adentro, aunque afuera sea otro el nombre y la bandera. Y es una encomienda difícil, como la que no tienen que enfrentar los que disfrutan de otra realidad para sus hijos.

Los niños cubanos hoy, en la celebración de su día, pensarán que es mejor que no les hablen de estudios ni escuela, pero ahí tienen su primer tesoro. A muchas actividades pueden sumarse hoy, y estarán al mismo tiempo celebrando su despreocupación en torno a la economía familiar, la dura vida de las calles y la consulta en un hospital.

No saben lo que es ver a otro de su misma edad pidiendo limosna en una esquina, sin saber leer ni escribir. No tienen edades para pensar en trabajar, y mucho menos ven la angustia en el rostro de sus padres cuando son adolescentes y salen a pasear. Todos los niños aquí saltarán, reirán, bailarán, jugarán, para celebrar su día, pero también pueden hacerlo cualquier otro día del año. Lucía también podrá, claro, pero serán oportunidades que no les serán “regaladas” del mismo modo, y eso marca la diferencia.

Por eso, a un mes y 16 días de nacida, Lucía duerme plácidamente en su cuna, y un poco lejos de ella, su tía se preocupa.


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Ana María Domínguez Cruz

"Una periodista cubana en mi tercera década de vida, dispuesta a deslizar mis dedos por el teclado".


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