viernes, 19 de abril de 2024

El niño de la discordia (+Fotos) (+Infografía)

La televisión cubana no es común y porque Ernesto tampoco es un niño como otros, pues se ha aprendido de memoria cuanto mensaje sobre los derechos del niño exhiben en la programación televisiva…

Rosana Berjaga Méndez en Exclusivo 30/04/2013
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Niños en la FIL 2013 - 06
Los niños en Cuba gozan de derechos plenos.

Ernesto tiene 6 años y, como a casi todos los niños de esa edad, le gusta montar bicicleta, jugar a la pelota y sacar a pasear a su perro. De vez en cuando, también saca del cajón de juguetes sus plastilinas para hacer con ellas todo tipo de dulces increíbles, golosinas que luego juega a vender entre los moradores de la casa.

A la mamá le da por pensar que su hijo tiene una gran vocación de dulcero y que tal vez algún día termine por escoger esa profesión, pero la abuela tiene a mal los pregones del niño, al cual preferiría ver jugando a los arquitectos o a los químicos.

Sin embargo, mientras madre y abuela se empeñan en definir prematuramente el futuro del pequeño Ernesto, este rehace su mochila, ilusionado con que al día siguiente volverá a su escuela, una de los cientos de miles que reciben cada mañana a niños como él.

-La verdad es que a este tipo de discusiones no se les debe hacer mucho caso, dice el tío, al fin y al cabo, Ernesto solo tiene 6 años y con esa edad, hoy quiere ser carpintero, mañana piloto y al siguiente día maestro.

-¡Y tengo derecho a escoger lo que yo quiera!, termina por definir a gritos el propio chiquillo.

La culpa, entonces, va a parar a la televisión, porque la televisión cubana no es común y porque Ernesto tampoco es un niño como otros, pues se ha aprendido de memoria cuanto mensaje sobre los derechos del niño exhiben en la programación televisiva.

Lo hace porque “hay que conocer esas cosas” y porque su maestra dice que “los niños bobos son los únicos que no conocen sus derechos como ciudadanos”. Con la boca abierta, todos en la casa comprenden que Ernestico es cualquier cosa, menos un “niño bobo”.

Los fines de semana, un poco aburrido de lanzar pelotas y sacar a pasear a su cachorro, Nesto —como también le dicen de cariño- pide que lo lleven a jugar con sus primos de Playa. Esta casa le gusta mucho y sus primos le caen bien, a pesar de que no hayan ido al círculo como él y aunque los haya cuidado siempre su abuela, mediante un programa de educación no formal que él todavía no logra comprender. Programa que en la actualidad beneficia a alrededor de un 70% de los pequeños cubanos que no acuden a instituciones infantiles.

Cuando esos tres seres (Ernesto y primos) se reúnen, bastan dos horas para ponerse al día, incluidos los últimos avances del vecino de enfrente, que la semana pasada se raspó una rodilla intentando subir a una bicicleta.

Cuando eso sucedió, Ronaldito, que es un poco menor que los otros dos, pasó toda la tarde riéndose del vecino. Ernesto y Albertico lo regañaron enseguida, pues decía la maestra —la misma de los derechos- que los niños con discapacidades tienen que ser respetados y queridos por el resto de la sociedad; y después de todo, ellos también son parte de esta sociedad.

Como Ronaldito no entendió mucho de ese asunto, entonces hubo que explicarle que el vecino vivía solito con su mamá, quien había dejado el trabajo y el Estado la ayudaba para dedicarse a tiempo completo al niño. Él padecía de una enfermedad llamada Síndrome de Down. Finalmente el primo entendió que el vecino no era motivo de risa, sino de solidaridad, por lo que manos a la obra, enseguida se preocuparon por su salud y por si había que ayudarlo en las tareas de su escuela.

“…porque él también va a la escuela, mami”, dice Ernesto de regreso a casa. Y el tío tiene que explicarle que sí, que en Cuba, los niños así tienen los mismos derechos a la educación gratuita que los otros y que cerca de 40mil infantes con esta y otras discapacidades, ingresan cada año a esas escuelas especializadas. Para Ernesto las cifras todavía son muy grandes, pero sabe que cuarenta mil deben ser muchos, muchos niños bien atendidos.

Precisamente porque no entiende mucho de cifras, es que todavía no se percata de que la herida que tiene su hermano Edel en el pecho y que él revisa con mirada celosa de cuando en cuando, es una herida muy cara.

En cualquier otro país, habría costado, quizá, más de 150 mil dólares, y todas las noches que la familia pasó en el hospital, esperando la operación a corazón abierto, habrían engrosado el número un poco más. Sin embargo, él está más concentrado en las guayabas y las compotas que Edelín comparte con él cada mes, sin siquiera preocuparse de que son parte de una dieta especial que recibe su hermano.

Bebé y el señor Don Pomposo anuncia que comienzan los muñes de la tarde. Ernestico corre al televisor, a pesar de que ha visto esos animados una infinidad de veces. Se para frente a la pantalla muy serio y dice a su madre que cuando sea grande será policía, para “meter preso” a ese hombre que maltrata a Raúl. O no, mejor será abogado, sí, eso: abogado, “para escribir una ley que mande a conocer los derechos de los niños y nunca nadie pueda engañarlos”. Mientras tanto, las plastilinas descansan sobre la mesa, para cuando se le pase el enojo y quiera ser otra vez dulcero, cosmonauta, escultor…

 


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Rosana Berjaga Méndez

Periodista, con el cine en las venas y los niños en el corazón.


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