viernes, 29 de marzo de 2024

De las comadronas a la ciencia instituida

Disminuir las muertes maternas en el parto y los fallecimientos de los bebés al nacer son premisas de quienes siguen los pasos del médico griego Sorano de Éfeso, herederos de las enseñanzas de mujeres autodidactas...

Ana María Domínguez Cruz en Exclusivo 31/08/2013
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Obstetricia
El especialista controla a la mujer embarazada para detectar posibles trastornos en el embarazo.

A mi abuela materna y sus cuatro hermanos los trajo al mundo una comadrona en el campo. Cary era su nombre, y cuando iban a buscarla a su casa, a cualquier hora, echaba mano a una palangana, unas tijeras, unos trapos blancos y dos tabacos. Encendía uno al salir y decía que todo terminaría en el mismo instante en que el segundo se consumiera. De no ser así, “la cosa pintaba mal y estaba fuera de su alcance”.

Lo mismo sucedió con mi abuelo y sus nueve hermanos, en el campo, y ninguna de mis bisabuelas supo nunca lo que era un ultrasonido, un examen de rutina, una prueba de alfafeto o un espéculo. Por fortuna, ninguno de sus hijos engrosó los listados de fallecimientos al nacer, ni ellas fueron un número más de las muertes maternas que en aquel tiempo, y en aquellos campos de Pinar del Río, ni siquiera se registraban.

Como Cary, otras tantas señoronas de avanzada edad ejercían uno de los trabajos más antiguos de la humanidad, que desde el año 6000 a.n.e les correspondía, luego de que siglos atrás lo hiciera el esposo de la parturienta.

¿Qué podían saber ellas de obstetricia? Resulta curioso y hasta digno de risas conocer ahora que el vocablo proviene del latín obstetrix, que significa comadrona y que hoy, quienes llevan batas blancas y cargan en sus brazos a los bebés tienen en aquellas mujeres sus antecedentes profesionales.

Ellas no hacían visitas especializadas, no le preguntaban a la progenitora si padecía de alguna enfermedad, si tomaba medicamentos o si había tenido alguna interrupción de embarazos anteriores. No les propinaban vacunas ni les indicaban que tomaran ácido fólico tres meses antes de la gestación, porque en aquellos tiempos la planificación familiar podía considerarse hasta una mala palabra.

Ejercían el arte de la obstetricia de manera empírica hasta que Hipócrates, el Padre de la Medicina,  diera las primeras lecciones prácticas, con ciertas limitaciones. Fue el médico griego Sorano de Éfeso quien ostenta ahora el título de Padre de la obstetricia, pues se dedicó a catalogar las distintas enfermedades de la mujer, clasificar sus órganos genitales y estudiar los períodos menstruales, de gestación, del parto y de la menopausia.

Recordamos ahora a las comadronas, a Hipócrates y a Sorano pero a sabiendas de que,  aunque no fue la suerte de mis abuelos y sus hermanos, muchos bebés no regalaron su primer llanto ni gatearon en este mundo. Las buenas intenciones no bastan para que el embarazo, el parto y los cuidados del puerperio tengan un feliz término. Se sabe que, además, es una cuestión de nivel cultural, pues muchas mujeres, aún ahora,  no asisten a consultas médicas porque viven en ambientes rurales, montañosos, apartados de la ciudad y plenos de religiosidad y creencias.

Precisamente hoy, 31 de agosto, Día internacional de la Obstetricia, es necesario repasar lo vivido y aplaudir lo logrado. La fecha, en honor a San Ramón Nonato, patrón de los recién nacidos, honra a los que salvan vidas aún antes de nacer y que merecen la mirada de agradecimiento y el apretón de manos.

Consta en las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, que cada minuto una mujer muere en el mundo por complicaciones en el embarazo o el parto; a sabiendas de que la mayoría de esas muertes pudo prevenirse con una oportuna atención de salud.

Se sabe además que alrededor de 10 millones de féminas en el mundo mueren cada año por lesiones, infecciones o enfermedades relacionadas al embarazo, parto o post parto. Está en manos de los gineco-obstetras disminuir y eliminar esos tristes números, pero en manos de la gente también está, sobre todo en países donde las desigualdades sociales persisten con grandes abismos.

En Cuba, durante el año pasado se registró la segunda más baja tasa de mortalidad materna de la historia. Fueron 125 661 los nacimientos y 27 las fallecidas (quince menos que en el 2011), equivalente a  21,5 por cada 100 mil nacidos vivos. Son éxitos, sin dudas,  de los diferentes Programas del Sistema Nacional de Salud, entre ellos, el Programa de Reducción de la Morbilidad y Mortalidad Materna.

Para bien, en la capital habanera, se tiene registrado hasta la fecha una tasa de mortalidad infantil de  3.52 por mil nacidos vivos, la más baja de la historia; reflejo también del esfuerzo mantenido y de la preparación rigurosa de los profesionales de la medicina en este ámbito.

El orgullo se cierne sobre esta Isla en materia de salud y prácticas asistenciales, pues aún aquellas mujeres que viven en zonas intrincadas reciben los cuidados de un médico que conoce lo que debe hacerse antes y después. No obstante, este profesional coexiste con las viejas comadronas, quienes todavía ofrecen confianza y destreza en sus labores.

Que lo diga Nury, la nieta de la vieja Cary, que por estos tiempos es quien le ha dado la bienvenida al mundo a todos los nacidos en el pueblo vueltabajero de mis abuelos. Eso sí, recibe clases de la doctora de la familia, me aseguran, y no es tan improvisada como su abuela. No lleva bata blanca, pero aprende de la mano de la ciencia.


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Ana María Domínguez Cruz

"Una periodista cubana en mi tercera década de vida, dispuesta a deslizar mis dedos por el teclado".


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