miércoles, 24 de abril de 2024

Una historia de amor en llamas

Más de cien años después y tras diversas versiones, es el turno de Pompeya, una película donde el Vesubio parece, más que un volcán, del director británico Paul W.S. Anderson....

Diany Castaños González en Exclusivo 08/07/2014
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Los días previos a la destrucción de Pompeya por la erupción del volcán Vesubio han sido un material recurrente en la historia del cine. En 1913 llegó la primera versión con Los últimos días de Pompeya, una producción italiana protagonizada por Fernanda Negri. Ahora, más de cien años después y tras diversas versiones, es el turno de Pompeya, del director británico Paul W.S. Anderson.

La sinopsis del filme: Milo (un encartonado Kit Harnington, Juego de Tronos), es un esclavo convertido en gladiador que ama a Cassia (Emily Browning), quien se ha comprometido a la fuerza con un corrupto senador romano. Cuando el monte Vesubio entra en erupción, Milo lucha en una carrera contra el tiempo para salvar a su amada mientras la magnífica ciudad de Pompeya se derrumba a su alrededor.

Como se puede ver, el argumento no brilla por su originalidad. Otra vez la diferencia de estratos sociales; otra vez la historia de un amor imposible. Aunque en esta ocasión, el modo en el que comienza este amor está más imposible que nunca: la pareja se conoce en un viaje donde ella va en carruaje custodiado por romanos y él camina encadenado, junto con un montón de esclavos más. El carruaje se atasca en un bachecito del suelo, y uno de los caballos se accidenta. La escena ocurre más o menos así:

Romano que custodia a Cassia: El carruaje se ha parado; un caballo se ha tirado al suelo. ¿Qué hago? Pertenezco a uno de los más grandes imperios de la historia, dominamos política y militarmente un territorio de seis millones de kilómetros cuadrados durante siglos, nuestra principal forma de locomoción son los carruajes, pero nunca me había pasado esto. Estoy en shock.

Esclavo encadenado:El caballo está sufriendo. Yo estoy preocupado por el dolor de los animales, como no lo estará la humanidad hasta el siglo XX, pero es que soy además de sensible y sexy, muy adelantado para mi época.

Cassia: ¡Por Pompeya! Un esclavo sensible y con músculos perfectamente delineados. Me he ganado la lotería.

Entonces, Milo, que aunque es esclavo tiene tiempo y gel para mantenerse unos rizos muy chulos, echa su pelo a un lado, y mata al caballo. 

Cassia: Era lo más bondadoso que se podía hacer. ¿Cómo te llamas?

Esclavo encadenado: Yo soy El Celta. No quiero decir mi nombre porque me hace ver más macho el misterio. Me han hecho esclavo y ahora voy a tener que luchar como gladiador, pero no importa porque estaré más cerca del senador que mató a mi familia. Lo voy a poner en un aprieto al ganarme la simpatía del público en mis luchas, obligándole a no poder matarme, al menos en público. Mi objetivo es tener la oportunidad de vengar a mi familia.

Cassia: Espera un momento, creo que ya sé tu nombre. ¿Russell Crowe?

Pompeya, una película donde el Vesubio parece, más que un volcán, el director del filme, porque lanza bolas de fuego que solo matan a los personajes que la trama deja de necesitar. Por cierto, que más que bolas de fuego volcánicas, parecen misiles teledirigidos. Los estudiosos aseguran que este fenómeno no se presentó en el caso de Pompeya, pero el director prefiere la espectacularidad a la exactitud histórica. También veremos terremotos, maremotos, grietas gigantescas que se abren en el suelo y hasta un tsunami. Anderson -¿qué se podía esperar del director de Mortal Kombat yAlien vs. Predator?- tenía planeado también un huracán, una tormenta tropical y una lluvia de meteoritos, pero los productores lograron convencerlo de que tal vez sería demasiado.

A pesar de los contra del filme, y de la multitud de escenas de relleno que enlentecen el avance de la historia; la película tiene muy buenos y logrados efectos especiales, y un aliento folletinesco que hace pensar que nunca tuvo otra pretensión más allá que la de entretener. Y eso, sí lo logra.


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Diany Castaños González

A aquella muchacha le gustaba acostarse soñando imposibles, hasta que despertó una mañana segura que, durante la noche, había dormido apoyando su cabeza sobre el ombligo de Adán.


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