jueves, 18 de abril de 2024

Retablo y retrato del hombre bueno

Para Fidel Galbán no había más obra que la única que se hace durante la vida, desde el nacimiento, la que construye una ética en la savia del artista...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 17/07/2019
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Teatro Guiñol Remedios
El teatro para niños, según aquel maestro, debía viajar, tanto física como emocionalmente (Foto: Telecubanacán)

Jorge Luis Rojas es el actual director del Teatro Guiñol de Remedios, es uno de los dos grandes cambios en esa institución no solo cubana, sino mundial (la otra es llamarse con el nombre de su fundador, el genio Fidel Galbán Ramírez). Durante la celebración del aniversario 504 de la villa de San Juan de los Remedios, la pequeña sala donde reside el grupo, en la calle Alejandro del Río, reabrió, luego de la asolación del ciclón Irma, que casi deja a la ciudad sin teatros ni cines.

Aparentemente se trató de un episodio local más, de un sucedido al que ninguna prensa trató, pero la realidad de los premios y la obra genuina de este conjunto desmiente cualquier elucubración exclusiva, cualquier drama más allá de las artes. Así es la mayor parte de nuestro teatro para niños, uno que sin dejar de lado la experimentación, trabaja los gustos formadores del público más exigente. En las tantas ocasiones en que conversé con Galbán, escuché de sus labios la misma fórmula: “el niño no sabe de engaños, no es hipócrita, se va a jugar e ignora la obra que le propones”.

Para Fidel, o el Fide como le decíamos, el arte del teatro para niños se colocaba a la altura de los retos que debieron tener en la antigüedad los dramaturgos griegos, llevados de la mano de un público culto, que constantemente exigía esa catarsis propia de las sociedades más desarrolladas. Una obra como “Güirito y las calabazas” por ejemplo, nos coloca en las antípodas de la construcción de la personalidad, ese punto donde ocurren los hechos definitivos en la vida, que le dan un molde a los hechos que luego como seres concretaremos en la práctica. Para el Fide una obra como esta nunca termina, de manera que cada puesta en escena es un acercamiento al niño de diferentes épocas y lugares, por ello, “El Gato simple” llegó a montarse tanto en los escenarios de Broadway como en los de Carrillo, Buenavista y Remates de Ariosa.

Entonces, el teatro para niños, según aquel maestro, debía viajar, tanto física como emocionalmente, se trata de un traslado total, donde las formas de hacer generan la mayor democracia vista en el campo de las artes: la del público devenido en crítico. El Fide se solía sentar con sus actores antes de comenzar cada día de ensayos, y decía que aquella era su iglesia, donde todos comulgaban no solo acerca de teatro, sino de sus vidas personales, de manera que en el personaje iba implícita la transformación del ser en una mejor persona.

Uno aprende así que en el teatro sobre todo, los maestros dejan a un lado su obra personal para que prevalezca el saber colectivo, el aprendizaje que trascienda a la persona, por eso, hoy Jorge Luis Rojas, conocido por su personaje insignia de Maltiempo, es el director del Guiñol remediano. Se trata de un aprendizaje donde el más humilde es el más sabio y, al cabo, quien reina con la paciencia y la nobleza requeridas por ese país oculto y potente que es el arte.  Una pedagogía más allá de la creación, más allá del personalismo o de cualquier culto que dañe la esencia de una obra. Ocurre que si se trabaja para el niño, se hace quizás para siempre, aunque, quien lo haga, haya desaparecido de la faz de la tierra.

 Fidel Galbán Ramírez (Foto: Carolina Vilches Monzón)

Para Fidel Galbán no había más obra que la única que se hace durante la vida, desde el nacimiento, la que construye una ética en la savia del artista, la cual va en paralelo con lo que escribe, actúa, hace. Por eso una vez lo vi furioso, al pie de una pipa de cerveza que se había instalado enfrente del Guiñol de Remedios, pues no era justo ni bello que los niños salieran de un teatro y vieran cómo el consumo de alcohol marca la existencia de tantos seres, en total contraste con el mensaje constructivo que acababan de ver en las tablas y que tanto ensayo y trabajo le costó al artista.

“El hombre debe ver el mundo con sus propios ojos, pero los dará a otros, para que todos vean la maravilla de la creación” reza uno de los parlamentos de “El Viaje de Tin”, obra donde el Fide habla de su propia cosmovisión, mediante el contrapunteo de personajes que se transforman, peripecia de la vida y el arte. Un liberto haitiano que ya no tiene fuerzas ni salud, le pide a Tin que vaya lejos, en una odisea en busca de semillas para los ojos de sus hermanos títeres. La enseñanza, que no el discurso de barricada, termina arrancándonos lágrimas y erizamientos de piel.

No hay artista, si se es mala persona, todo creador deviene maestro de sí y de los otros, lejos está el cinismo del verdadero demiurgo. Y cuando se escriba la historia, se tendrá que recurrir al espíritu, aunque a muchos les pese porque no crean en la verdad y sin embargo le huyan como el diablo a la cruz. Un hombre bueno, como lo era el Fide, siempre será, ya mediante el teatro ya a través de sí mismo y su transustanciación en conversaciones de sus amigos, en ensayos, en puestas en escenas.

Hoy, cuando lo que se pretende por muchos es “escalar” y priman los estrenos cada vez más efectistas, y un teatro a veces que se olvidó del niño, o que piensa en él como algo accidental, aleatorio, Fidel Galbán nos señala el humilde camino, desde un pequeño teatro que halla en el pasado la verdadera gloria del presente.

Pero siempre va a haber malos hados que sobrevuelen las obras buenas, para empañarlas, o tirar un manto de negaciones, y a esos el arte les tiene reservado su rincón de infamia, aunque denosten y vuelen en su brillo del momento.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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