jueves, 28 de marzo de 2024

José Martí: el ojo del canario. Un análisis desde la psicología

Dicho largometraje, estructurado en cuatro tempos cinematográficos, llevó a la pantalla grande la infancia y la adolescencia del Apóstol de nuestra independencia...

Jesús Dueñas Becerra en El Blog de la Biblioteca Nacional de España 19/05/2020
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fotograma del ojo del canario teatro villanueva
José Martí: el ojo del canario, filme del maestro Fernando Pérez.

José Martí: el ojo del canario, del maestro Fernando Pérez, Premio Nacional de Cine, es el título de la crónica dedicada al multilaureado filme, para evocar el aniversario 165 del natalicio de José Martí Pérez (1853-1895), “estrella viajera que [deseosa] de hacer un viaje por la tierra decidió alojarse en el cuerpo [y en el alma del primogénito del español, don Mariano, y de la canaria, doña Leonor]”..

Dicho largometraje, estructurado en cuatro tempos cinematográficos, llevó a la pantalla grande la infancia y la adolescencia del Apóstol de nuestra independencia.

Para lograr ese objetivo —nada fácil, por cierto— el ilustre realizador habanero, valorado como el Rey Midas de la cinematografía cubana y de mucho más allá de las fronteras geográficas insulares, se enfrascó en el estudio de la psicología infanto-juvenil. Disciplina que, al igual que la psicología general (rama de las ciencias neurales y sociales de las que se nutre), estudia las leyes, categorías y principios en que se estructura la personalidad en formación y consolidación del niño y el adolescente. Pero, con la peculiaridad de que uno y otro son personas únicas e irrepetibles, inmersas en un complejo proceso de desarrollo bio-psico-socio-cultural y espiritual.

Por consiguiente, tienen virtudes, defectos, inconsistencias, debilidades, rebeldías, necesidades de toda índole y temores. Con apoyo en esos recursos psicológicos, Fernando Pérez se dio a la ardua tarea de buscar a los bisoños actores que interpretarían, por ejemplo, los papeles de José Martí niño (Damián Rodríguez) y adolescente (Daniel Romero), Fermín Valdés Domínguez niño (Eugenio Torroella) y adolescente (Francisco López).

Esos encantadores retoños de las artes escénicas antillanas supieron prestarles a esos “amigos del alma” cuerpo, mente y espíritu, sin dejar de aportarle al personaje (niño o adolescente) que desempeñan algo de su cosecha muy personal. Contribución que tornó más creíble y encomiable su actuación, caracterizada —básicamente— por la naturalidad, la ternura y el candor que identifican a esas edades privilegiadas de la vida humana.

La formación de la personalidad del niño-adolescente Martí estuvo signada por la incomprensión de que fuera objeto por parte de los progenitores, quienes no comprendían —no podían entenderlo— que su primogénito era un ser humano con una gran capacidad intelectual y una privilegiada sensibilidad poético-literaria y humana.

Tanto fue así, que su vigente doctrina política se basa en el amor y el perdón, sin que su “alma limpia y blanca” pudiera alimentar insectos venenosos o despedir olores pestilentes (odio, rencor, sentimientos de venganza), que nacen y crecen en el componente instintivo del inconsciente freudiano.

No obstante los castigos físicos y las humillaciones morales que don Mariano (Rolando Brito) le infligiera a Pepito, del padre aprendió —a través del ejemplo vivo— la eticidad, rectitud y honestidad que lo acompañarían durante su corta, pero fecunda, existencia terrenal.

Si bien los métodos educativos utilizados por el militar español fueron demasiado drásticos (no olvidemos la época —mediados del siglo XIX— en que tiene lugar la infancia y la adolescencia de José Julián), de doña Leonor (Broselianda Hernández) recibió amor y afecto filiales, no obstante los reproches maternos formulados al encantador retoño por sus ideales independentistas.

Por otro lado, no puede obviarse el hecho de que por las venas de los padres de Martí corría sangre hispana. De ahí que el vástago, aunque estaba a favor de la libertad de Cuba, y por ella entregó su preciosa vida en Dos Ríos, así como en contra de los atropellos inherentes a la esclavitud (“una de las grandes penas del mundo”), nunca albergó resentimiento alguno contra España ni contra los peninsulares.

Un ejemplo fehaciente de ello es el estrecho vínculo afectivo-espiritual que estableciera con don Salustiano (Manuel Porto), comerciante hispano radicado en la Ciudad de las Columnas.

Por último, en la carismática personalidad del maestro y poeta, don Rafael María de Mendive (1821-1886), descubrió los valores intelectuales, éticos, patrióticos, humanos y espirituales en que sustentara el amor al estudio y a la patria, pisoteada por la soldadesca ibérica y por el cuerpo de voluntarios, integrado por españoles reaccionarios y cubanos renegados que pusieron sus armas al servicio de la metrópoli.

Para comprender —en toda su dimensión y magnitud— por qué el adolescente José Julián Martí Pérez adoptó la decisión libre y soberana de consagrarse en cuerpo, mente y espíritu a la lucha por la libertad y soberanía de la mayor isla de las Antillas, habría que aceptar el criterio del psicólogo latinoamericano Ernesto Bolio, quien estima que:

“El armónico desarrollo de la personalidad (desde la infancia y adolescencia hasta la adultez) depende de factores orgánicos (carga genética), dinámico-familiares y sociales. Pero, ninguno de ellos aisladamente ni todos en convivencia, pueden [determinarlo]. Además de todos esos factores circunstantes, está el propio hombre, que es el [elemento] decisivo de su desenvolvimiento, según lo que se ha presupuesto filosófica y antropogénicamente que es el homo sapiens: un ser humano […] en continua evolución hacia el progreso, el cual depende de sí mismo”..

No quisiera finalizar sin antes referirme a una escena que retrata de cuerpo entero al fundador del periódico Patria. Cuando el oficial hispano trata de convencerlo de que renuncie a sus ideas independentistas, contempla al canario enjaulado que se encuentra en el despacho del militar, y que constituye todo un símbolo: es preferible morir libre a vivir en una jaula… aunque sea de oro.

Estoy seguro de que los niños, adolescentes, jóvenes, padres y maestros, así como los amantes del séptimo arte, que vean y disfruten la multipremiada cinta José Martí: el ojo del canario experimentarán —desde lo más hondo de su ser— el goce estético-artístico que les proporcionará conocer a un ser humano excepcional, a quien hay que amar y respetar por ser quien es y como es. Y, además, porque nunca dejó de ser un pequeño príncipe.

*Artículo publicado en el sitio oficial de la UNEAC el 25 de enero de 2018


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Jesús Dueñas Becerra

Ejerce la crítica artístico-literaria y el periodismo cultural en varios medios nacionales de prensa. Su actividad fundamental es la crítica de danza y cinematográfica, así como las artes escénicas y las artes plásticas.


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