jueves, 28 de marzo de 2024

Gimnasia comercial y jerarquización cultural en Cienfuegos

A todas luces, un espacio (llámese galería, estudio o taller) requiere de una infraestructura ejecutante y, para ejercer la justicia, un mecanismo de selección que distinga al arte del souvenir...

Jorge Luis Urra Maqueira en 26 Digital 17/06/2018
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Taller Cienfuegos
Se supone que en estos perímetros el artista no tiene tiempo para asumir los actos de venta y trámites legales, pues debe ocuparse del proceso de producción.

La posibilidad de abrir espacios donde los creadores de las artes visuales puedan promover y comercializar sus propias obras es un hecho. Sin embargo, urgen algunas rectificaciones: el concepto por el cual se legaliza esta apertura no es el de galería (aunque las funciones de este tipo de institución no están distantes de la práctica accedida), sino el de Estudio o Taller.

Claramente, esta modalidad coloca al artista en el espacio donde el turista o cliente puede ser testigo de los procesos de construcción de la obra y, por ende, no se ponderan los roles comerciales del recinto en sí (“la no galería”), sino la socialización o promoción de los creadores y el arte local, de los latidos culturales de la ciudad. Empero, ¿cómo se manifiestan las conexiones entre lo legalmente establecido y lo socialmente adaptado?

En un principio —es por ello que prefiramos utilizar el vocablo galería y no estudio—, la nueva construcción oficial no se corresponde con la experiencia rica y compleja que ofrece la realidad. De hecho, el taller es el espacio donde se concibe un trabajo fabril o artesanal, que alude a la presencia de discípulos o aprendices, por lo que se entiende igual como un sitio de aprendizaje y creación artística.

A su vez, el vocablo estudio —aunque puede asociarse a ciertos tipos de taller— es más bien una pieza que se utiliza para realizar trabajos intelectuales, leer o consumar labores artísticas. Uno y otro suponen la creación in situ; sin embargo, la inmensa mayoría de las obras que se exhiben (y comercian) en las “no galerías” son hechas fuera de ese entorno, por razones constatables. Estos son sitios habitualmente arrendados y, por ende, no tienen condiciones físicas para los términos creativos (la pintura y el dibujo son excepciones), particularmente el grabado y la escultura —que son tecnológicamente más complejos.

Con frecuencia, el alquiler se realiza entre dos o más artífices y las oportunidades de que todos puedan laborar juntos (si se procurara) son insostenibles. Sobra agregar que la mayor prioridad es colgar o exponer los objetos de mercadeo. Asimismo, se sobrentiende que el artista solo puede laborar en un único taller, por lo que no debe alquilar más de un espacio.

Asombrosamente, los nuevos apliques jurídicos permiten que se pueda sacar un carné de artesano —bajo el concepto de trabajo— y tener uno o varios estudios o talleres (previo cambio de dirección y otras tretas). Inobjetablemente, sin ser artista ni presentar un currículo que avale su obra, cualquier persona tiene la oportunidad de abrir este nuevo tipo de “negocio”.

Se supone que en estos perímetros el artista no tiene tiempo para asumir los actos de venta y trámites legales, pues debe ocuparse del proceso de producción. Tamaña condicionante le induce a subcontratar a otra(s) persona(s), que asumiría(n) las funciones de promotor indirecto, vendedor y celador del “taller o estudio”. Esta gimnasia comercial no es una distinción de los estudios o talleres; sin embargo, allí se produce un trascurso natural y de supervivencia que posiblemente no contemplan los cuerpos legales. Hablar sobre galerías exige hablar sobre la presencia de galeristas, la contratación de personas con talentos o habilidades para curar las exposiciones y asumir las promociones en las redes sociales y los medios.

A todas luces, un espacio (llámese galería, estudio o taller) requiere de una infraestructura ejecutante y, para ejercer la justicia, un mecanismo de selección que distinga al arte del souvenir, al artista del vendutero, abiertos a los retos de la comercialización. Ambos deben estar conectados a las políticas culturales, que defienden las identidades locales y obedecen las estrategias de los gobiernos y las instituciones que tienen la misión de favorecer estos procesos. Precisamente, por estas razones, defiendo la idea de simplificar los gravámenes y prescindir de las entidades mediadoras, que afectan enormemente a los creadores (toda vez que pagan el impuesto en la adquisición de materiales, el pago de los porcentajes al FCBC o ARTex, a la Onat, los alquileres de los espacios, etc.).

En otro orden, el artista que no tiene el poder de sugerir los andares del turismo se halla desprotegido, sin la garantía de una clientela potencial ni muchas posibilidades de hacer publicidad. Una oportunidad —solo para personalidades consagradas o, caso diferente, con gran acceso a los mercados de arte— es la de subscribirse a la revista Excelencias para promocionar su obra, costeando la página por valor aproximado de mil CUC. En tres años solo dos pintores locales pudieron acceder al referido magazine.

¿Hacia dónde se dirigen las delegaciones de los cruceros que tienen un programa definido por las entidades locales? ¿Existe una política de jerarquización cultural en Cienfuegos? ¿Quiénes la ejercen y bajo qué presupuestos?

Desafortunadamente, el reactivado acoso económico de EUA a Cuba ha deprimido las visitas y adquisiciones de los clientes —esencialmente norteamericanos—, los peculios de nuestros artistas y artesanos y, por derivación, las fuentes de recaudo del propio Estado cubano. El nuevo entorno demanda otros estudios y adecuaciones en las leyes nacionales pertinentes. De una manera sutil, mas incuestionable, algunos de estos talleres o estudios han ido desapareciendo por razones obvias, lo que nos coloca ante nuevos desafíos.


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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte


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