miércoles, 24 de abril de 2024

Fidel Galbán, los ojos del Maestro

Su vida fue hacer teatro desde San Juan de los Remedios y ningún obstáculo pudo opacar sus luces y su manera de ver el mundo...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 18/04/2018
0 comentarios
titeres
Fidel Galbán Ramírez me confesaba, en medio de nuestra entrañable amistad, que hubiera preferido nacer en la Edad Media, quizás porque era el tiempo de los títeres de cachiporra

Hace ya años nos falta un imprescindible de las artes del muñeco, su personalidad se remontaba a aquellos saltimbanquis que, de pueblo en pueblo, iban con su carromato lleno de sueños. Fidel Galbán Ramírez me confesaba, en medio de nuestra entrañable amistad, que hubiera preferido nacer en la Edad Media, quizás porque era el tiempo de los títeres de cachiporra, tema que él adoraba, al igual que los personajes de la Comedia del Arte, a los que tanto reseñó en diferentes obras. Su teatro bebía, según sus propias palabras, del music hall norteamericano, el mejor teatro de Antón Chejov y del maestro de la actuación Stanislavski. Pero pienso que más que beber, Fidel nos dejó una fuente inagotable y oculta, como el cerro de Potosí, siempre repleto de oro y plata y maravilla.

Ahora lo tenemos en el plano trascendente, el Maestro pasó toda su vida haciendo teatro desde San Juan de los Remedios, cuyo Guiñol tomó el nombre de Rabindranath Tagore, en los tiempos del Quinquenio Gris y ¡vaya explicación dio Galbán sobre el Nobel hindú de literatura! “…les dije que se trataba del jefe de las guerrillas en la India”.

Aquel tiempo —como lo describiera Ambrosio Fornet en sus ensayos y, más recientemente, Jorge Fornet en El 71. Anatomía de una crisis— era el de los mártires y las barricadas puestas a cuanta institución se fundase. En un santiamén y por arte de birlibirloque, nuestro incipiente titiritero logró cosas increíbles: puso en práctica lo aprendido en la Escuela Formadora de Instructores de Arte del Hotel Comodoro de La Habana, elevó el gusto por el teatro y ya se avizoraba un estilo bien único.

Un hombre bueno hace muchos amigos en la cárcel. Su ingenuidad manifiesta tornó nobles a otros que ya se daban por perdidos. De aquella experiencia forjó otras grandes alianzas y tomó fuerza su pluma de teatrista.

Una vez en Remedios, su nuevo trabajo consistió en matar cucarachas y ratones en las casas, allí trabó relación con los más pintorescos personajes de una villa siempre llena de asombros, “yo tenía bajo mis órdenes a la Bella y la Bestia, el primero amanerado y sensible, el segundo tosco, campesino y homófobo, así que los puse juntos y pasé buenos ratos de risa”.

De aquellos tiempos data su amistad con Juan Clemente Álvarez White, uno de los más grandes historiadores de la ciudad cinco veces centenaria, con Miguel Martín Farto y Samuel Feijoó, dos grandes folcloristas cuyos aportes aún resuenan en la región central de Cuba, con el narrador recién fallecido Rogelio Menéndez Gallo y sus cuadernos llenos de mitos remedianos, que luego integrarían Tesico y los siete pecados capitales, un clásico del humor villaclareño y el folclore. Todo aquel círculo, al que se unirían Omarito el poeta, Chuchi (Jesús) Rojas, el pintor Amaury García, conformaron el primer núcleo de la Unión y Escritores de Cuba en Remedios, una de las filiales más antiguas del país y que aún se mantiene funcionando bajo el auspicio del artista Fernando Betancourt. Nuestro autor, Fidel Galbán, marchaba hacia su primera gran obra de teatro y la rehabilitación como director de la institución que fundara.

“Fue el mismo Luis Pavón, el líder del Quinquenio Gris, quien en una reunión en la Biblioteca Pública de Santa Clara me tiró el brazo por encima y dijo que a mí había que cuidarme, de inmediato todos los escritores que me negaban el saludo comenzaron a hablarme cordialmente”, así terminó el tiempo de matar ratones y nació la obra El Gato Simple. Según conversamos tantas veces, la hizo por encargo, pues el país necesitaba por entonces de una estética que, siendo revolucionaria, no abandonase los moldes del mejor teatro mundial, ya había asumido el Ministerio de Cultura el Dr. Armando Hart Dávalos, quien era, en palabras de muchos, un hombre decente.

El Gato Simple versaba sobre un gato que no sabe qué es un ratón, una metáfora que se presta para muchas interpretaciones”, me decía el Maestro y en efecto, se trata de una de las obras más adaptadas del teatro cubano, que llegó a exhibirse en Broadway, además de los innumerables premios que cosechó.

Pronto, Fidel Galbán se adueñó de la expectación en los Festivales de Teatro de Camagüey y se le otorgó varias veces el galardón La Edad de Oro, el máximo en literatura infanto-juvenil en Cuba. Seguirían obras tan profundas como El Viaje de Tin, especie de odisea a lo cubano de un personaje que nació del tintineo de una gota de agua y debe ir en busca de semillas para ponerle ojos a sus hermanos muñecos, ya que el viejo titiritero que los maneja no puede caminar. “Cada quien debe ver el mundo con sus ojos, pero, de ser posible, habría que dar los ojos de uno para que otros puedan también contemplarlo”, reza el leitmotiv de la obra. 

Una vuelta teatral a Cuba en bicicleta, el trabajo sostenido con las comunidades del Escambray, incomprensiones que siguieron marcando el rumbo del guiñol en un ambiente no citadino. “Una vez, en un campo que queda del pueblo de Carrillo para atrás, nos tiraron piedras, otra a Jorge Luis, uno de mis actores, un guajiro le gritó ¡oye manganzón, deja la bobería del muñequito y dale a cortar caña!. Tuve ofertas de irme a la Habana, dirigir el Guiñol Nacional, pero lejos de eso, mejoramos de sede, construí con mis propias manos la sala que hoy ostentamos y mi mujer Maritza del Vals cosió también con sus propias manos los muñecos y los telones, miles de veces remendados”, las historias del Maestro se entreveraban con los tiempos que corrían.

La primera obra que vi en escena fue en 1994, pleno periodo especial, se titulaba Sin ton ni son de la Villa de San Juan de los Remiendos, una farsa en tono costumbrista sobre la vida en la ciudad remediana en medio de la crisis de aquellos años. La temática del viaje, casi siempre presente, era una visita al rey para que ayudara a la aquejada villa. “¿Chico, y qué hicieron con las muletas que les mandé para los edificios viejos?”, son algunos de los parlamentos más graciosos y reveladores. Resalta el pasaje en que los enviados a su majestad le iban a regalar algo al monarca, pero como la comarca rica en nísperos perdió las cosechas para sembrar naranjas y estas para sembrar café y dicho fruto para el cultivo de la caña, que ya luego también se arrancó para sacar papas, que al final no dieron resultados y se dejaron de cosechar; pues entonces la caja del regalo estaba vacía. Valiosa crítica a las tantos planes que quedan en eso, a una realidad cuya endeblez no escapó a la pluma fortificada del teatrista.

Quizás por eso, los tantos alumnos que forjara Fidel Galbán, muchos de ellos ganadores del Premio Caricato, dicen que con el Maestro aprendieron que el teatro de marionetas no era, como creyeron, “un ratoncito en una media diciendo ñoñerías”.

Al final, que quizás no sea tal, se dedicó el artista a cultivar la poesía, obras que permanecen inéditas, al igual que gran parte de su teatro, pues nunca hizo caso a las editoriales. Una compilación con sus piezas completas aún espera, desde su deceso en 2009, por ser editada.

Aquella mañana del 9 de agosto siempre será triste, mi padre me despertó con la noticia, pero yo sabía que el Maestro, en alguna dimensión del arte, de esa floresta de los símbolos, sigue escribiendo y sueña con volver.

Mientras, su institución sigue viva, a pesar de la lentitud en la reconstrucción tras los daños por el paso del huracán Irma y la parsimonia en que el Consejo de Artes Escénicas se sumió cuando, con justeza, se le quiso poner el nombre de Fidel Galbán a una de las instituciones más prestigiosas de Cuba. Esperemos que ese mal, inventado por mediocres en medio de quinquenios y decenios grises, no asole de nuevo las luces mejores de una isla llena de hijos como el Maestro, que solo esperan ver el mundo con sus propios ojos, pero, de ser necesario, darían los suyos a otros.


Compartir

Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


Deja tu comentario

Condición de protección de datos