martes, 16 de abril de 2024

Cómo Antón me hizo dormir, fumar y decir banalidades

En los cuentos de Anton Chéjov, renovador del teatro moderno con comedias como “Relatos de Motley” y “El tío Vania”, no se mostraba simplemente la frustración de la vida...

Diany Castaños González en Exclusivo 15/07/2014
8 comentarios

Cuando tenía 17 años pensé seriamente en suicidarme. En mi defensa –ante un acto antinatural- digo que me tomaba muy en serio la literatura; y estaba leyendo a Antón Chéjov. Pero no leyendo, sino devorándolo; hasta le daba besitos a las páginas de La gaviota.

En aquella época no sabía explicar qué tenía su literatura que me deprimía tanto. Verán, en Chéjov, todas las corrientes de sentido son subterráneas: la tensión narrativa, esa que te hace morderte la punta de las uñas y mantener entreabierta la boca mientras se lee, no se da en Chéjov por el desarrollo de la trama, sino, por el contrario, porque esta se detiene; no por el hecho de que algo pase, sino porque deja de pasar.

Eran cuentos francamente raros, que comenzaban con un detalle, un incidente mínimo (algo tan sencillo como una carta, un beso, o un paseo nocturno). Cuentos donde los personajes estaban irremediablemente inmersos en el aburrimiento, atrapados para siempre en una red de fracaso. Eran personajes que se revolvían con languidez en la monotonía y el tedio, y que se sentían fatalmente excluidos de toda realidad. Y –mientras los leía- yo con ellos.

Era algo deprimente. Al menos Goethe, que provocó una ola de suicidios en Alemania,lo hizo con Los sufrimientos del joven Werther, un libro de amor. Pero Chéjov; Chéjov me hacía adentrarme en el tiempo muerto de sus historias, en ese que se desplegaba tan gradualmente que casi coincidía con el tiempo real.

Lo que me resultaba peor, -para mí rozaba el sadismo-, era que en los cuentos de Chéjov no se mostraba simplemente la frustración de la vida, sino que, además, se dejaba entrever lo que hubiera podido ser, se daba una especie de esperanza o tregua, que duraba muy poco, y tras la cual todo seguía como siempre. No era de extrañar entonces que sus personajes tuvieran todos una resignación pasiva –casi macabra-.Era como el non plus ultra de la inmovilidad.

Por suerte, con sus Obras completas noté–o quise hacerlo- que Chéjov se tomaba la vida muy en serio, y que además estaba en contra del suicidio; en sentido general le parecía demasiado grandilocuente para sus personajes, que pasaban la mayor parte del tiempo comiendo, bebiendo o hablando boberías. Su genteno solía ni ahorcarse ni enamorarse, y mucho menos tenían frases geniales a cada minuto. Eran gente normal, y lo que hacían era dormir, fumar, comer, y decir banalidades.

Entonces, deseché la idea del suicidio. Empecé a tomarme la vida en serio, aunque en un principio –¡ay, adolescencia!- nada más fuera para compartir con Chéjov la franqueza inalienable de la existencia, de la vida misma; compartir la concepción de que la vida (esa que conllevamos con los demás) es una superficie bajo la cual debemos esforzarnos por construir un fondo convincente, a fin de que podamos aferrarnos a más, y podamos, además, compartir con los otros momentos de frustración. Y de esperanza.


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Diany Castaños González

A aquella muchacha le gustaba acostarse soñando imposibles, hasta que despertó una mañana segura que, durante la noche, había dormido apoyando su cabeza sobre el ombligo de Adán.

Se han publicado 8 comentarios


Rolando
 16/7/14 15:43

:) Desesperanza e infinitas  posibilidades.

Nestor Heli Perozzo Garcia desde FB
 16/7/14 14:11

etraordinario. lea "el abrigo".

Maria Luisa Ochoa desde FB
 16/7/14 14:10

gran escritor

bernardo
 16/7/14 12:52

 

Siento que se publicara un comentario que no tenía nada ver.

La verdad es que he disfrutado el artículo mucho, está escrito con mucha sinceridad y en pocas palabras resumen la obra de unos de los grades de la literatura universal.

emioliocf
 16/7/14 12:32

Es curioso, pero el recuerdo que tengo de Chejov es de un raro humor, pesado diríamos los cubanos, que no solemos apreciar en su justa medida nada ajeno a nuestra idiosincrasia, ¡ah! y la omnipresente alma rusa, tal como ellos la entienden.  No me pareció pesimista ni archidramático (trágico, dirían ahora los muchachos) como su compatriota Gorki.

bernardo
 16/7/14 11:59

 

Para mí una película sin penas ni glorias, una de las tantas que nos tienes acostumbrada la cinematografía de la isla, de hecho me ha gustado mucho más la crítica que la película.

egresado de la lenin
 15/7/14 22:33

Yo conocí a Diana cuando tenía 17. siempre tenía un libro en la mano... serían de chejov?

 

Leo
 15/7/14 22:26

QUé requetebueno está este texto hacia rato no leia algo que me enganchara tanto...

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