viernes, 19 de abril de 2024

Tamal de genes

En 1996 especialistas del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología calzaron las primeras plantas transgénicas a nivel de laboratorio...

Antonio Pradas Bermello, Margarita Valdés Rabí en Cuba nos une 28/02/2017
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Tamal de genes
El maíz, se sabe, es un importante organismo modelo para la genética y la biología del desarrollo. (Foto: sistemasgenomicos.com).

Tras vencer la corazonada con datos, satisfechos con los resultados que en el surco iban obteniendo y que con particular monserga iban tecleando en sus computadoras, los manejadores cubanos de genes en plantas se sintieron capaces, si no de tomar el cielo por asalto, al menos de nublar la tierra con perspicacia.

Y así, andando a trancos entre los refrigerados laboratorios y las calurosas parcelas experimentales donde examinaban sus cultivos, fueron asombrándose con sus nuevas líneas híbridas transgénicas de maíz, un chulo maíz, cuyos rendimientos potenciales arrojaron nueve toneladas por hectárea, cifra bien cercana a los niveles alcanzados por los líderes mundiales en esta producción.

Orgulloso del logro científico, el doctor en Ciencias Mario Pablo Estrada García, director de Investigaciones Agropecuarias del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (Cigb), de La Habana, explicó: “Hemos trabajado con maíz transgénico desde la década de 1990 y logramos que fuera resistente a la palomilla, insecto capaz de acabar con cosechas completas”.

En 1996, especialistas de esa institución se calzaron las primeras plantas transgénicas a nivel de laboratorio, lo cual abrió el camino a la manipulación de genes capaces de conferir determinadas propiedades, por ejemplo, el incremento de la tolerancia a insectos y a enfermedades ocasionadas por hongos.

Según precisó, al ganar el forcejeo contra la principal plaga que afecta a la planta en el país –la palomilla (Spodoptera frugiperda)–, los investigadores lograron sacar de la piel terrosa mazorcas transgénicas con una productividad de 3,6 toneladas por hectárea. El rendimiento en Cuba de la gramínea no transgénica –esa que podemos deshojar y verle una dentellada de insecto– es de casi una tonelada por hectárea contra viento y sequía.

De tal suerte, con renovados bríos, ya anunciaban a finales del año pasado que de culminar con éxito todas las puntillosas pruebas requeridas por los órganos reguladores del país, para la primavera de 2017 podría empezarse la introducción del híbrido transgénico en campos de mayores extensiones, abriendo la posibilidad futura de sustituir las compras en el exterior de este cereal, un canje que al erario nacional le chupa cientos de millones de dólares de la hucha.

UN TRUCO DE CAMBIO DE NAIPES

El maíz, se sabe, es un importante organismo modelo para la genética y la biología del desarrollo, razón por la que los biotecnólogos del Cigb, en colaboración con especialistas del Instituto de Investigaciones Hortícolas Liliana Dimitrova y el Instituto de Investigaciones de Granos, le echaron mano al fruto de dientes de oro y lograron la variedad FR-Bt1.

Digamos que los cultivares modificados que cargan con proteínas insecticidas de Bacillus thuringiensis (Bt) –se utiliza comúnmente como alternativa biológica al pesticida–, ofrecen beneficios para los plantadores al reducir el uso de insecticidas sintéticos y el área de manejo de la plaga, mientras aumentan la producción.

El truco no es otro que la manipulación genética: Se aísla un gen de interés –ejemplo: el de la resistencia a herbicidas, virus, bacterias u hongos– y se introduce en el tejido de la planta, formándose una nueva, completa, que contiene su información. Luego se analiza en el campo y si están presentes el gen de interés y las características del vegetal primigenio, el trabajo fue un éxito.

Según los folios técnicos, los maizales de FR-Bt1 presentan dos modificaciones genéticas, que los científicos consideran no esenciales de la planta ni la mazorca: una que busca la resistencia a los herbicidas, y otra que se destina a hacer invulnerable el cultivo a la palomilla del maíz. A la vez, aseguran que cada diente o cariópside mantiene sus valores nutritivos y sabor, apto para un tamal o majarete inolvidable.

Luego de someterse a estrictas pruebas durante años y demostrar hasta el momento su inocuidad como alimento, su contribución positiva al ecosistema y su ventaja económica manifiesta, el organismo modificado genéticamente recibió la autorización de las agencias regulatorias de los ministerios de Salud Pública, de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente, y de la Agricultura, principales responsables del destino del nuevo maíz y sus desconocidos epifenómenos.

Única de su tipo autorizada hasta entonces, en 2008 fueron sembradas en la República las semillas modificadas por el Cigb en seis mil hectáreas, distribuidas en La Habana, Matanzas, Sancti Spíritus, Ciego de Ávila y Santiago de Cuba.

Esto, lógicamente, provocó un debate en la comunidad científica y de ambientalistas, sobre aspectos éticos, económicos y biológicos del asunto. Sin embargo, la polémica no caló en la mayoría de la población, en gran medida por su novedad y la relativa complejidad para comprender esta técnica.

A este silencio ha coadyuvado la percepción, por parte de la población, de que hay seriedad en la investigación, calidad académica en el proceso y confiabilidad en las instituciones, pues la tecnología en Cuba ha estado al servicio de la sociedad y no ha generado conflictos económicos y sociales.

Pero también ha influido el laconismo mediático y la parquedad de los emisores de información. Habitualmente, recordemos, se dimensiona la expectación de la transgénesis agrícola para alcanzar el aseguramiento alimentario, Y si acaso, se resaltan los peligros de inmorales prácticas monopólicas de firmas como Monsanto (líder mundial en ingeniería genética de semillas y en la producción de herbicidas, entre ello el glifosato), Dupont y Syngenta.

SE AMPLÍA LA CARTERA DE PROYECTOS

Para el doctor Estrada, el FR-Bt1 es uno de los cultivos transgénicos más eficaces contra plagas e insectos en el planeta, así como resistente a herbicidas: “Eso nos permite ir a un sistema de producción híbrido para alcanzar rendimientos similares a los del mundo desarrollado, que superan las diez toneladas por hectárea”.

Otro proyecto de investigación implementado por el Cigb en colaboración con el Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas (Inca), es la obtención de una soya transgénica resistente también a herbicidas, que en áreas experimentales de la empresa avileña Cubasoy mostró un rendimiento de hasta 2,8 toneladas por hectárea, muy superior a los habituales alcanzados allí.

Boniato, tomate, papa y arroz son otros cultivos bajo los que el inconmovible microscopio criollo investiga la transgénesis.

 “Para lograr sustituir los 500 millones de dólares que se importan anualmente en soya y maíz necesitamos tecnologías con una productividad acorde con nuestras necesidades, al tiempo que también se requiere de disciplina tecnológica.”

Esto último, sin duda, capitaliza mayor importancia al método, sobre todo porque aún no se tienen todos los conocimientos sobre consecuencias imprevisibles en la salud humana, el equilibrio ecológico e, incluso, la organización social.

DEMOCRATIZAR EL DEBATE

Exigir la disciplina tecnológica no solo puede estar en manos de laboratorios, productores, organizaciones civiles y gobiernos, sino debe involucrar a toda la sociedad –potenciales consumidores– y hasta organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), que hasta este momento ha sido solo un foro neutral para el debate.

Mientras tanto, la nación ha implementado una metodología para controlar cualquier investigación sobre organismos genéticamente modificados, la cual se activa como un muelle apenas un centro de investigación presenta un proyecto a emprender.

El Centro Nacional de Seguridad Biológica es el encargado de dar su aprobación, así como a las instalaciones y laboratorios donde tendrán lugar los ensayos, los cuales evalúa periódicamente. Cuando se consiguen resultados alentadores, evalúa y aprueba los permisos para los experimentos en lugares confinados y, más adelante, las pruebas en el campo. Después de cumplir ciertos requisitos, es posible liberar comercialmente los productos, siempre mediante licencias que avalan las características de esos cultivos.

Por su parte, el Instituto Nacional de Higiene, Epidemiología y Microbiología (INHEM) estudia aspectos como digestibilidad, alergicidad, toxicología, mientras el Centro Nacional de Toxicología indaga en el impacto ambiental de esas plantas en insectos, peces y lombrices. Además, el Instituto de Sanidad Vegetal emite su criterio acerca de si este cultivo es bueno agronómicamente y sobre su productividad.

Este es un proceso que puede tardar años, muchos años.

Aun así, la porfía internacional en torno a los efectos de los alimentos transgénicos sobre la salud sigue reverberando. El doctor Merardo Pujol, del Cigb, reconoció a la colega Diana Rosa Schlachter que hay tanto estudios que muestran efectos nocivos, como otros que los desmienten. “Estas son investigaciones que hay que realizar tras diferentes generaciones y con efecto acumulado”, apuntó, si bien sentenció que “no ha habido ninguna conclusión importante ni categórica que determine algún problema de los transgénicos para la salud de las plantas y de los animales”.

El doctor en Ciencias Luis Montero Cabrera, miembro titular de la Academia de Ciencias de Cuba, y expresidente de la Sociedad Cubana de Química, aceptó a Cubadebate que “sería irresponsable decir que cualquier alteración en el entorno no va a producir ningún problema”, pero defendió que es muy difícil que llegue a pasar, porque con las regulaciones que existen es poco probable que se masifique algo que pueda causar problemas.

Por su lado, el  doctor en Ciencias Giraldo Martín, director de la Estación Experimental de Pastos y Forrajes Indio Hatuey, de Matanzas, fiel defensor de la agroecología, guarda un recelo contra la transgénesis vegetal: “La cuestión fundamental está en el modelo de agricultura que exigen los transgénicos. Está basado en los grandes paquetes de insumos, de fertilizantes, de plaguicidas”.

Algunos estudios sugieren que el uso desmedido de agrotóxicos es responsable de enfermedades mentales, respiratorias, genéticas y hasta cáncer, y pueden ser la causa de desequilibrios ambientales, sobre todo en ecosistemas vulnerables como los de Cuba.

Otros, entre ellos profesores de la Cátedra en Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología, de la Universidad de La Habana, temen a la complejidad de controlar la propagación de semillas de transgénicos en el archipiélago, teniendo en cuenta la tradición cultural de los agricultores de compartir o intercambiar semillas.

Apenas son algunos elementos que deberían servir para democratizar el debate sobre la aplicación de la novedosa tecnología, ahora que el maíz transgénico se expande. Entonces le rendiríamos honor a nuestros taínos, quienes nombraron “mahís” a la planta, es decir, literalmente, “lo que sustenta la vida”.


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Antonio Pradas Bermello

Periodista

Margarita Valdés Rabí

Periodista de JuventudTécnica.cu, una publicación cubana dedicada a la divulgación de temas de ciencia, tecnología y medio ambiente.


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