viernes, 29 de marzo de 2024

Del ozono y mi maestra de preescolar (+Décima)

Hay que pensar, aunque sea desafiante para los medios y la escuela cubana, en abordajes más sistematizados sobre el tema...

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández en Exclusivo 16/09/2014
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Mi maestra de preescolar era todo un personaje. Llevaba las pasiones entreveradas en aquella delgadez extrema que le proporcionaba una agilidad imbatible. Hablaba alto, aunque demasiado rápido, a decir verdad. Tenía una voz ronca, y una mirada inquisidora a ratos que se colaba, curiosamente, por debajo de los espejuelos, por lo que poco le servía llevarlos puestos. Más bien los usaba como si fueran prenda de vestir, objeto decorativo en la tez amulatada de aquel rostro enjuto que representaba con creces las huellas de más de 40 años en el magisterio.

 Pero mi maestra no era cualquiera maestra. Nunca se redujo a ser solamente una simple aseguradora del divertimento y el aprendizaje que precisan los programas de clases. No se conformó con enseñarnos los números, o los colores, o las vocales, o las canciones de “Barquito de papel, mi amigo fiel” o “Arroz con leche se quiere casar con la viudita de la capital”, letras que tatareaba con tanto amor aunque en el fondo fueran un suplicio para nosotros por aquella orfandad melódica con que cargaba la pobrecita.

Eso sí: mi maestra de preescolar, mi profe de los inicios, fue siempre una atrevida. Atrevida porque se aventuraba, valientemente, con el concurso de los padres, por supuesto, a organizar excursiones y caminatas, a irse de camping con sus muchachos cada vez que podía. Fuimos con ella unos viajeros descubridores por los campos de nuestra comarca campesina. Llegamos a sentirnos como una especie, a lo cubano, de Dora la exploradora. Aprendimos a diferenciar qué era un insecto de un reptil, que la vaca era un mamífero al igual que nosotros, en el terreno, aunque siempre advertía que todo eso lo entenderíamos mejor cuando cursáramos el tercer grado y nos dieran El mundo en que vivimos.

A ella le escuché hablar, por ver primera, de lo que era el clima, las estaciones del año, la temperatura y la capa de Ozono. Y recuerdo que ozono era una palabra que se nos olvidaba con facilidad, que de un día a otro se nos borraba, y que, al indicarnos que era una capa, muchos podíamos creer que era como las carpas del circo. Al menos en los pocos circos que habían ido al pueblo, cuando uno se metía debajo de la manta redonda, se sentía un estado de recubrimiento. Y yo pensaba que algo similar era aquello que mi maestra destacaba como “bueno, protector, importante, y que había que cuidar”. Lo digo con  los mismos calificativos con que se le enunciarían a un novel estudiante en su grado de iniciaciones escolares. Lo digo, también, así de simple, porque a veces pecamos de explicaciones meticulosas y demasiados melindres discursivos, que a la postre se nos esfuman y acaban representando poco, o nada, que no es lo mismo, pero es casi igual.

Ahora que un spot radial ha hecho descansar sobre mi mente, en ocasiones agobiada de tantas celebraciones, efemérides y marcas en el calendario, de que este 16 de septiembre es el Día Internacional de la Protección de la Capa de Ozono, declarado en 1994 por la Asamblea  General de las Naciones Unidas para conmemorar la fecha en que, en 1987, se firmó en Montreal, Canadá, un protocolo relacionado con el manejo de determinadas sustancias que agotan la referida capa; se me ha hecho recurrente la huella de mi maestra primera, no por un capricho ni por asociaciones de pensamiento que pudieran parecer traídas por los pelos a la realidad. No, no por azar me asiento sobre su entrega, sus pasiones tan sistemáticas como repentinas, o sus arrestos de interesante personaje.

El asomo feliz de todo lo anecdótico que he contado, a propósito de este día, no ha venido por gusto, no se me ha antojado como tantas otras cosas que nos llegan en ráfaga y son pura obra de la casualidad. He traído a mi profe, porque no basta a que en nuestras escuelas, como en nuestros medios, vayamos rastreando el almanaque para entonces accionar, proferir en primer lugar una discurso alusivo y decir lo que se puede hacer, y ya.

No basta que hablemos, solo hoy, de algo asociado al cuidado del medio ambiente, como elemento aislado, inconexo. No es suficiente que, en el mejor de los casos, se ponga a todo lo largo y ancho de la pizarra un mensaje instructivo, o se dediquen algunos minutos del matutino, sin reconocer que pudieran ser muy valiosos, para decir que “La capa de ozono es una capa frágil de gas que protege la Tierra de la parte nociva de los rayos solares, y por consiguiente, ayuda a preservar la vida en el planeta. Y que, por ello, “la eliminación de los usos controlados de sustancias que agotan el ozono y las reducciones no solo han ayudado a salvaguardar la capa de ozono para las generaciones actuales y venideras, sino que también han contribuido enormemente a las iniciativas mundiales dirigidas a hacer frente al cambio climático y  la salud humana y los ecosistemas, al reducirse la radiación ultravioleta dañina que llega al planeta en que vivimos”.

 Hay que hacer más, hay que pensar, aunque sea desafiante para los medios en sus abordajes a veces escasos y periféricos de los problemas, o para la educación cubana de hoy, que tiene no pocos débitos con la formación ciudadana, como mi maestra, incansable en su intención de mostrarnos la realidad y la naturaleza tal cual es, de septiembre a septiembre, a toda hora.

Hay que buscar maneras que superen el didactismo facilista y nos permitan, todavía con el paso de los años, que uno recuerde las cosas, que no se olviden aunque hayamos aprendido mucho más por el camino. Puede ser a través de una acampada, una excursión, como las que planificaba sin muchos alardes ni ruidos de cumplimiento mi maestra. O no sé si mediante un recorte de revista, como el que hace unos días, revolcando un armario en casa, encontré.  Se trataba de una edición de Pionero, en la que, tras convocar a cientos de estudiantes de todo el país a enviar sus creaciones de todo tipo a la publicación, daban a conocer a los lectores lo recibido. No puedo dejar de compartir, mucho más en fecha como esta, algunas décimas que allí leí:

El disgusto de Ozono
 
Mensajes para el humano
la tierra nos quiere dar,
dice que el aire está bravo
que fatigas tiene ya.
 
Ozono se está agotando,
tiene una herida mortal
ningún médico ha logrado,
curarle su enfermedad.
 
Dice que el pecho le late,
el doble de lo normal,
no respira como antes,
y ya no ve la ciudad.
 
No me quieren, dice ozono,
pues me dañan la salud
si no me protegen todos,
voy a perder mi virtud.
 
Se muere la vida humana
¿Es que no lo pueden ver?
se desnudan las montañas,
los bosques y el mar también.

Si perdemos el Ozono,
nuestra piel se quemará,
también la piel del planeta,
este daño sufrirá. 
Porque el Medio ambiente,
mis hermanos,
cuidados reclama ya,
extendámosle las manos,
y la vida nos dará.
 
Todos debemos unirnos,
contra el mal hay que luchar,
digamos todos a gritos:
¡Al Ozono hay que cuidar!
 
Ozono tiene un lunar,
pero no de nacimiento
si el daño no casa ya,
la mancha le irá creciendo.
 
Tendremos un aire puro,
si cuidamos el ambiente,
y Ozono recobrará,
su carita sonriente.

(Grabiel  Carballea Barrientos. 
Catorce años. Noveno grado.
Isla de la Juventud)


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Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

Joven periodista que disfruta el estudio del español como su lengua materna y se interesa por el mundo del periodismo digital y las nuevas tecnologías...


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